Acércate, ven, sella mis labios con un beso largo
y caliente. Estás sentado frente a mí, recostado,
con las piernas abiertos, hablando. Y no dejo de mirarte.
¡Telepatía, si de verdad existieras!
En mi rostro, una expresión serena, atenta a tus palabras,
pero por dento, explosiones obscenas que ni imaginas.
No puedes escuchar mis pensamientos.
Si supieras lo que te estoy diciendo
sin abrir la boca: que la abriría
para tragarme tu polla, para beber tu saliva,
para lamer tu ombligo como un animal sediento
y respirar tu olor suavemente agrio y masculino.
Me encanta escuchar lo que dices con este aire tranquilo
y estar, sin que lo sepas, empalmado.
Tú en estas cosas no te fijas. Yo, sin embargo, imagino
cómo la tienes tú.
Nunca te la vi, por desgracia,
pero estoy clavando ahora mi pupila
en el bulto despiadado de tu entrepierna y adivino
unos dones sobrenaturales,
porque estás en la edad biológica del sexo.
Un paquete así al alcance de mi mano
y no tener valor para tocarlo, devorarlo, venearlo.
Ven y fóllame. Cállate un rato y métamela aquí,
sobre la alfombra. Dame tu culo después,
déjame entrar ys alir, golpear dulcemente
tus nalgas duras como manzanas verdes.
Cállate y cómeme los labios, lubrícame,
muerde mis pezones, rózate conmigo.
No me interesa nada lo que me estás contando
y si te escucho con tanta atención,
es sólo por deseo.
Y tú no imaginas, mientras hablas,
lo que yo, sin hablar, te estoy diciendo.